Tras esta cruel tortura mañanera, pongo al fuego algo de café que sobró del día anterior, cojo una tacita y ahí lo vierto, más por fuera que por dentro, por mi cansancio supongo. Me siento tranquilamente en la mesa de la cocina y sintonizo una cadena aleatoria en la radio. Entre injusticias y genocidios me tomo el desayuno.
Sin más preámbulos me visto, me lavo los dientes y con mochila al hombro salgo por la puerta. Abandono mi hogar con el único deseo de que el día pase rápido para regresar a casa lo antes posible.