lunes, 16 de noviembre de 2015

Columna de opinión - "La brecha"

Aunque muchos han tratado de negar lo evidente, la lucha de clases es real. Siempre lo ha sido. De hecho, creo que he estado palpando toda mi vida las diferencias de clase. Crecí en un barrio obrero a las afueras de la capital tinerfeña. Mi padre era carnicero y mi madre trabajaba de dependienta en una tienda. Como suelo decir, en mi casa ni sobró la plata, ni faltó un plato. Pero fui de esos hijos de trabajadores que estudió en la concertada. Sobretodo por aquel loco deseo de mi padre de que su hijo recibiese la “buena educación” que él nunca tuvo la suerte de recibir. Aunque eso le costara trabajar unas 14 horas diarias.

Esto hizo que yo llevase algo así como una doble vida. Estudiaba con hijos de futbolistas, importantes abogados, prestigiosos médicos, empresarios y  demás gente de buen ver. Y en mis tiempos libres jugaba en el barrio con hijos de obreros, repartidores, taxistas, parados… Ellos iban juntos a la pública. Lo cierto es que rara vez podía jugar entre semana. Yo siempre tenía tarea que hacer mientras ellos marcaban goles, construían casetas con palos o buscaban bichitos en los jardines. En el colegio se jugaba a otro tipo de cosas, como coleccionar y apostar cromos. Yo tenía miedo a apostar mis cromos y perderlos. Recuerdo que los otros niños del colegio jugaban con ventaja; tenían muchísimos repetidos y los apostaban sin ningún pudor. Nunca llegué a completar la colección.

Nunca olvidaré lo mal que me miraban los chicos del barrio cuando llegaba a casa con aquel refinado uniforme de polo, con escudo al pecho y jersey rojo de pico. Sin duda eso otorgaba cierta distinción a los alumnos del centro. Llevarlo puesto en mi barrio era algo así como una traición a nuestra naturaleza, a nuestra clase. Yo me avergonzaba de ello. Aunque siempre tuve claro a quienes pertenecía. Lo que no sabe mi padre es que la buena educación no la recibí directamente por parte de ese colegio de ricos. Más bien fue la constante e inevitable comparación a la que se vieron sometidos ambos entornos por parte del inocente juicio de un niño que creció saltando cada día la brecha que, inexorablemente, abre el sistema capitalista.

Fabián Sosa.