en esas noches clandestinas en las que
nos gritábamos con los ojos.
Sin embargo, las palabras
se nos atrancaban en la garganta
y parecíamos dos estúpidos
intentando congelar el tiempo.
Como si el tiempo tuviese tiempo
para pararse a esperarnos.
Como si la ciudad perdiese el vértigo
y la adolescencia fuese eterna.
Una mesa para dos.
Aunque ya sea tarde.
Cenemos cuando amanezca
y que la sobremesa se alargue.
Fabián Sosa
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